sábado, 6 de septiembre de 2014

Los amores imaginarios, la eterna fidelidad al capricho

Tuve que cambiar un capricho por otro a expensas del tiempo y la distancia. El poder arquitectónico de mi inconsciente se manifestó creando una nueva ilusión, collage de cuerpos pasados. Eran iguales, pero no lo mismo. Y así fue como uno de mis sentidos provocó esa cadena de información imparable entre las dendritas de mis neuronas que, exaltadas, volvían a dar señales liberadoras de hormonas beneficiando un nuevo sometimiento al fino engaño de eso que muchos llaman amor. 
Ya consciente de lo que me deparaba y conociendo la similitud de los caprichos, tuve que abrir un airbag emocional para evitar darme la cara contra el piso y exponer mi corazón a un nuevo y automático fracaso, pensado y estimulado por ese yo creativo, pero programado. Es que uno camina las estructuras que conoce y le pone a lo mismo varias caras para, de algún modo, disimular lo permanente y sin sentido de las acciones supuestamente rebeldes y novedosas. 
Dotada ya de esta idea, decidí jugar con las  imágenes a voluntad. Abandoné el deseo sobre un cuerpo material al considerarlo una pérdida de tiempo y energía. En lugar de construir un nuevo y real choque contra un muro, crearía una de mis amadas e imposibles fantasías que, aunque igual de estática, era menos dañina y no me hacía tener que interactuar forzosamente con un otro para acabar, a fin de cuentas, en el mismo lugar: un cuarto de hotel, un tipo apuesto arriba mío y la sensación de ser lo mismo que una muñeca inflable.
Así es como brindándole forma a la secreta fantasía construyo en mi cabeza una nueva manía . Es que al ser mío y silencioso, el capricho es perfecto. Esta ahí, inalterado por las horas. Responde a lo que yo quiero, como yo quiero, cuando yo quiero. De vez en cuando cambia su posición. Como un cuadro esta quieto, pero vivo. Es inmaterial, pero existente.  Espectralmente presente en todas las acciones, se mantiene como una posibilidad latente, como algo en qué pensar cuando estoy aburrida. Algo en lo que poner anhelos y eternas expectativas que terminarán por incumplidas. Porque el chiste del capricho es que no llegue. Es el desenlace inalcanzable, lo que nunca es o será, pues yo lo he creado tan magnífico que nada de lo que podamos conocer se le parece. Y la realidad, esa que concebimos como grupo, solo empobrece y torna mediocre todas las virtudes que mi capricho posee. 
Mi ser-capricho es un poeta ingenioso, pronuncia las palabras exactas con hermosos susurros en mis oídos, recita con dulzura y complicidad los versos de "A la que es demasiado alegre"  mientras caminamos de la mano por mundos post-apocalípticos y me pasea por raves donde hay animales disfrazados de hombres y felinos ronroneando entre nuestras piernas. Me invita a recorrer iglesias convidándome drogas a la vez que incita mi piel aventurera asegurando que soy su Atropa Belladona. Mi capricho viaja a donde sea a pesar de los kilómetros, pero siempre lo caracteriza una lejanía física, insoportable y soñadora. Materialmente, el sujeto de mi capricho no existe. Es que si existiera como tal, nunca lograría no contaminarlo con el smog de eso que llamamos realidad, vida cotidiana o simplemente rutina. 
En mis sueños se mantiene puro, entregado, arrimando suavemente sus labios a mi rostro. Es allí donde estrujando sus brazos alrededor de mi cuerpo, jura promesas de amor para siempre. Pretende sorprenderme constantemente y no permite que me falten el respeto. Mi capricho tiene aspecto de punk victoriano, un gentleman thrasheado. Listo y ocurrente, siempre sabe cuando hacerme sonreír o cuando provocarme un enojo. Me desviste con lentitud, me somete a su lengua, no tiene pudores y me sabe su dueña. Me hace el amor en la sala, en el baño, en la cocina, en la cama, mientras escribo, mientras leo o dibujo. Mi capricho fantasía me cuestiona y me pelea, sabe que haciéndome la contra me puede sacar buena. Yo lo idolatro y lo beso, y entrego todo mi pulso en ese sueño. Y cuando, por casualidad, me toca un hombre de esos que existen, rápidamente aparece mi capricho para recordarme que no debo caer en esa trampa que mis hormonas me tienden. Así me permito estar con uno mientras pienso en otro y si el cuerpo de mi capricho se me aparece próximo, mi foco cambia en seguida a buscar un nuevo envase en el que fingir a mi príncipe de las tinieblas.  


jueves, 4 de septiembre de 2014

Embrión de Hipno

Quizás no había hecho otra cosa que, la noche anterior, retornar al vientre de mi madre, a las cómodas corrientes que se generaban allí dentro a cada paso que ella daba. Bañada y navegando en placenta. Unas feroces gotas golpearon las ventanas transpiradas por el invierno exterior y el calor que emanaban los cuerpos dentro de la habitación. Podría decirse que ellas sudaban tanto como mis escondidas axilas entre cojines y cobijas. Otra vez, el tiempo se me escapaba. La lluvia golpeando los vidrios como si intentara perforar mi cabeza con el sonido. Abrir los ojos, salir del ensueño, tratar de evitar que me sigan los perros. Relámpago, trueno, sueño. Lo incierto del futuro. Se me escapa el tiempo. 
Logro hacer pis, ese era mi objetivo y vuelvo a la cama, estática e hipnótica. El calor de allí dentro me traslada a un nido, una casa, un cuarto. Una piel negra, sintética, de algún monstruo imaginario descansa al costado de un colchón. El aroma a copal que me gana el corazón mientras contemplo las paredes altas de esas casas antiguas y conventilleras de Buenos Aires. Volver al ruedo (¿Alguna vez salí de la rueda?), a vivir, a instalarse. Chocan la necesidad de embarcarse en la tormenta con la de echar anclas en el sueño y las casas se suceden.
Salgo de la matriz de mi madre al mundo. Surco espacios fantásticos, descubro hermanos donde no creía tenerlos, salgo del agua, mojada, chorreando sabiduría y con la luna de guía. Se me cruzan gatos que me hablan y me indican diferentes vías, diferentes lugares. Vuelvo a estar mojada, da lo mismo si es agua de lluvia o líquido amniótico. Ya no importa nada. Por momentos me gustaría vivir hipnotizada jugando con recuerdos de otras vidas, saludando a esa que era reina y a esa que era india. 
Trastabillo entre perros cuando lo único que quiero es orinar. Casi ciega de la cama, del calor, de los relámpagos y las lagañas, camino a tientas sin darle importancia a las montañas. Mis riñones y su producción estallan, más vale que me despierte y consiga volver a esta dimensión, por lo menos antes de que mee el pantalón y todo sea uno más de esos terribles desaciertos. Se me vuelve a escapar el tiempo y subo con otra consciencia las escaleras, apreciando la belleza del trágico clima y agradeciendo no tener que salir de mi cama. 
Sueños, proyectos y vidas se funden entre mis sábanas. Ya con la vejiga vacía, pienso en un nuevo mañana sabiendo que la noche y sus estrellas me guían y que estoy siempre acompañada.

martes, 2 de septiembre de 2014

Res non verba

Se va borrando el juicio de mis ojos y una sola imagen toma posesión de mi cabeza: clara luz entrando por la ventana, mis dedos recorriendo con sus yemas un cuerpo hermano al cual me hechizo. Deslizar es la acción que mejor corresponde a los dedos. Hábiles y largos, descargan electricidad en su recorrido suave. La corriente es tan hermosa que siguen dibujando círculos por inercia. 
Las voces cuentan historias del pasado, ¿es que siempre hablaremos del pasado con gente que no conocemos? Sin embargo, por más intentos del ego de presentarse, seducir y conquistar, el cuerpo ya había hablado, ya había logrado que dos extraños alcanzaran intimidad. 
¿Qué silencio tonto quieres llenar con palabras? El amor no se expresa en un "te amo" conceptual y racionalizado, no es eso que encierra el vocablo. Buscamos un punto común en el verbo cuando no había ya nada más común que esas manos inquietas recorriéndose despacio, reteniendo las ansias. 
¿Para qué quieres palabras si es la luz la que nos hace espectrales? Si es la boca ocupada en recorrerte a lamidas más útil a la hora de conocernos que la saliva gastada en bienvenidas, máscaras e intrigas. ¿Qué más real que tu cuerpo sobre el mio? ¿Qué más real que la agitación en los pulmones? ¿Qué más real que los suspiros? ¿Qué más real que el mar y las corrientes en las que me hallo metido?
... y es preferible, así, no hablar. Que las palabras se aparten, usar la boca en cosas más interesantes que en la mera conceptualidad. Y si somos o no somos reales ya no me importa. Aquí llega el final de la cosa y es que solo el placer de recorrerte, efímero y vacío, me sacó de la cama al frío para volverte a recordar.