lunes, 2 de abril de 2012

Situación: Gente del primer mundo en la Bomba de Tiempo

Ya no recuerdo qué lunes de marzo me fui hasta el Konex a ver La Bomba de Tiempo. Recuerdo la lluvia, los pantalones mojados, los encuentros inesperados y el olor a marihuana condensado por la humedad.

Continuando con mi idea de rescatar hechos que, al parecer, son insignificantes, mi mirada no pudo dejar de detenerse en un trío que claramente provenía de un país de gente alta y albina. El mismo estaba conformado por una mujer de unos cuarenticincuenta, un joven y una muchacha.

Llamó particularmente mi atención que tanto la mujer como la muchacha eran exactamente iguales. Rápidamente uno asociaría que eran madre e hija, pero temo caer en el prejuicio de "son todos iguales" como nos pasa con los "chinos". Tanto una como la otra vestían pantalones blancos y remera negra. Ambas eran rubias naturales, se distinguían por la edad y porque la mujer llevaba el pelo recogido mientras que la chica lo llevaba suelto.

La joven parecía indignada con el entorno. A su alrededor circulaban personas fumando y la chica (llamémosla... Gretel - sí, me gusta ser obvia-) les gritaba en un idioma inentendible y tapado a medias por los sonidos de la percusión, que allí no había que fumar y señalaba como loca el cartelito ridículo que lo indicaba. A su vez, marcaba el piso y con el horror invadiéndole la cara, señalaba los vasos de plástico que supieron contener cerveza, ahora desechos y sucios.

La mujer parecía confirmar lo que Gretel decía. Al parecer estaba tan o mas horrorizada. La vista se le iba de una pareja, que saltaba de un lado a otro, a unos chicos con rastas que estaban totalmente hipnotizados "por la música".  Si bien parecía crispada por la situación, la música fue invadiéndola de a poco y en un momento o dos levantó sus pies del suelo aunque rápidamente quedó estática y contemplativa con esa mueca de horror. De haber tenido en su vocabulario la palabra "sudaca" creo que la hubiera gritado y hubiera salido corriendo.

Lo que impedía que estas dos mujeres huyeran, o mejor dicho, quien lo impedía... era el joven. El chico tendría entre unos diecisiete y veinte años. Era bastante mas alto que la mujer y, para mi sorpresa, tenía unos pantaloncitos cortos muy graciosos y una remera roja.

Los pantalones cortos no eran lo único llamativo. A diferencia de las mujeres que lo acompañaban, el joven no podía parar de sonreír. Estaba alcanzando el nirvana con los ojos. No podía despegar la mirada de la banda que sonaba, ahora, dirigida por Santiago Vazquez. Lo hermoso de ver a este muchacho rodeado de mujeres que se quejaban era que él sí bailaba. No de una manera descontrolada porque creo que no debe estar acostumbrado a eso. Sin embargo, pies firmes en la tierra, el joven se dedicaba a mover la cintura de un lado al otro como si su culo fuera un gran péndulo. Sus brazos, al costado, hacían el clásico movimiento que utiliza mi tía Ani como seña propia de su danzar en los casamientos: como si los brazos estuvieran enyesados en un angulo de noventa grados que solo permite que se los mueva hacia arriba y hacia abajo.

Y así iba él, muy feliz, moviendo sus posaderas al son de los redoblantes como si en ese momento no hubiera nada mejor en su vida. Como dirían unos amigos: "ni cargo el vago de la mugre del piso".