Llueve. Se levanta con los ojos llenos de lagañas y escucha las gotas golpear contra el piso del patio. Llueve. Piensa en el desayuno del domingo, en casa, con los mates en la cama y el cotidiano empierne de otros días, la modorra del séptimo día, el desayuno que se extiende hasta la tarde sin salir del refugio de sábanas.
Lo único que se repite de esos hechos es que llueve. Hoy, ni siquiera tiene para el mate y se hace un té. Mira el celular buscando la hora o alguna señal de vida en otra parte del mundo. Efectivamente están esos mensajes de seres lejanos, pero mira con sorpresa y sin creerlo. Esta vez alguien que no esperaba se le aparece y la invita a dar una vuelta. "¿A dónde?" pregunta sorprendida y la respuesta es "al pasado". Cierra los ojos y deja el té, todavía caliente, sobre la mesa.
Suena un timbre. Abre la puerta y ahí está él. Vuelven a cruzar sus ojos después de mucho tiempo. El la invita a caminar abriendo un paraguas para que no se moje. Anonadada, caminó unos pasos tomada de su brazo sin poder creer quien era su compañero. A medida que iba esquivando los charquitos, comenzó a tomar más consciencia de donde estaba. Era de noche, la falta de luz por la lluvia no le había permitido darse cuenta de ese detalle. Y no sólo eso había cambiado, ni siquiera estaba ya en los alrededores de su casa, mucho menos de su barrio. Caminaba de noche, tomada del brazo de aquel hombre antiguo por alguna callecita de zona sur, cerca de la gran General Paz en Buenos Aires.
La conversación fluía sin restricciones, se contaban cosas de sus actuales vidas, qué hacía cada uno, en qué habían invertido tantos años, se hicieron bromas sobre la edad y sobre el tiempo, sobre lo viejos que estaban y lo jóvenes que seguían. Se miraban como si nunca se hubieran dejado de mirar, es que cuando alguien te toca el alma queda ahí guardado para siempre y esa hermandad se reconoce a la distancia mas allá de posibles resentimientos o malos entendidos. Por momentos caminaban en silencio, sin desprenderse uno del brazo del otro. El paso sobre el agua hacía ecos y al doblar en una esquina a él se le escapó un "te quiero". En el instante ella supo que era verdad y que ese había sido siempre el sentimiento. Pero cuando uno es joven y los silencios incómodos esas cosas a veces no se ven.
El último y unísono paso se detuvo ante un edificio. Ella recordó lo que tantas otras veces había recordado. Ese era el último lugar donde se habían visto. La noche estaba tan llena de nubes como aquella vez. Quedaron los dos estáticos contemplando a la pareja que subía las escaleras bromeando y haciendo morisquetas. No tardaron en darse cuenta que eran ellos mismos años atrás. Y sin palabras los siguieron como una sombra hasta el interior del departamento. Ella entró primero. Se limpió las húmedas botas de plástico en la entrada mientras el cerraba el ya inútil paraguas. Se sentaron los dos en la sala y se quedaron observando a los fugaces amantes que habían sido.
El joven él y la joven ella mantenían cierta distancia. La joven ella era aún mas tímida y todavía no sabía como presentarse al mundo. El joven él parecía seguro de sí mismo, contento de verla. Sin embargo, ella no registraba esa alegría. La pareja comenzó a besarse y a desnudarse dejando un regadero de ropa de la sala a la habitación.
-Esta parte de la historia ya la conocemos, - le dice el guiñándole un ojo - ¿Quieres ver igual qué pasa?
- No estoy segura. Sin embargo... ya estamos aquí, ¿verdad?
El responde afirmativamente con la cabeza y los dos en silencio llegan a la habitación. El joven desnudo se para para ir al baño, la joven parece confundida, hay algo de triste en sus ojos aunque no pueda decirse con certeza que esa tristeza era por aquella situación en particular, siempre había tenido esa mirada entre triste y nostálgica como si el mundo fuera a explotar en un segundo llevándose su alma. Los observadores invisibles van siguiendo a sus personajes de la habitación al baño y del baño a la habitación. El joven el se duerme una vez eliminada, momentáneamente, la excitación sexual en forma de eyaculación. La joven queda despierta, no sabe muy bien qué hacer. Busca algo en su mochila de estudiante, busca entre libros y carpetas que comprueban que no llegaba siquiera a la mayoría de edad, lo encuentra, su tesoro: un pequeño cigarrito de marihuana que había guardado especialmente para compartir con él. Lo mira mientras él duerme, toma el cigarro y se va al balcón. Prende el cilindro con manos temblorosas y lágrimas en sus ojos. Suspira y le dice al viento "nunca me sentí tan sola". Desde el balcón pueden verse las luces de otros departamentos formando figuras entre la lluvia y un ruidoso Puente Pueyrredón donde los autos van y vienen anónimos sin saber de aquella escena.
Consternados los dos volvieron a la sala. El, con paraguas en mano, la invitó a salir y ella sin réplica aceptó. Ya habían visto lo que tenían que ver. Al bajar las escaleras, él le pide perdón. Ella volvió a saber que aquello era sincero y acercándose a su mejilla lo besó y le dejó escapar dulcemente en el oído un gracias que salía de lo mas profundo de su corazón.
- Gracias a vos.- Les respondió él- Gracias por aceptarme y escucharme después de tanto tiempo.
Los viejos amantes quedaron un rato en el hall del edificio abrazándose. El tiempo parecía eterno y el abrazo un regalo. El ejercicio del perdón como acto de amor los rodeaba y limpiaba.
Abre los ojos. El té ya frío la espera sobre la mesa, no llueve. Mira a su alrededor con una nueva mirada. Sin entender qué pasó en el sueño, algo acaba de cambiar en su vida. Y late en su pecho la certeza de que alguien en otro tiempo y en un lugar lejano, la quería.
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