Quizás no había hecho otra cosa que, la noche anterior, retornar al vientre de mi madre, a las cómodas corrientes que se generaban allí dentro a cada paso que ella daba. Bañada y navegando en placenta. Unas feroces gotas golpearon las ventanas transpiradas por el invierno exterior y el calor que emanaban los cuerpos dentro de la habitación. Podría decirse que ellas sudaban tanto como mis escondidas axilas entre cojines y cobijas. Otra vez, el tiempo se me escapaba. La lluvia golpeando los vidrios como si intentara perforar mi cabeza con el sonido. Abrir los ojos, salir del ensueño, tratar de evitar que me sigan los perros. Relámpago, trueno, sueño. Lo incierto del futuro. Se me escapa el tiempo.
Logro hacer pis, ese era mi objetivo y vuelvo a la cama, estática e hipnótica. El calor de allí dentro me traslada a un nido, una casa, un cuarto. Una piel negra, sintética, de algún monstruo imaginario descansa al costado de un colchón. El aroma a copal que me gana el corazón mientras contemplo las paredes altas de esas casas antiguas y conventilleras de Buenos Aires. Volver al ruedo (¿Alguna vez salí de la rueda?), a vivir, a instalarse. Chocan la necesidad de embarcarse en la tormenta con la de echar anclas en el sueño y las casas se suceden.
Salgo de la matriz de mi madre al mundo. Surco espacios fantásticos, descubro hermanos donde no creía tenerlos, salgo del agua, mojada, chorreando sabiduría y con la luna de guía. Se me cruzan gatos que me hablan y me indican diferentes vías, diferentes lugares. Vuelvo a estar mojada, da lo mismo si es agua de lluvia o líquido amniótico. Ya no importa nada. Por momentos me gustaría vivir hipnotizada jugando con recuerdos de otras vidas, saludando a esa que era reina y a esa que era india.
Salgo de la matriz de mi madre al mundo. Surco espacios fantásticos, descubro hermanos donde no creía tenerlos, salgo del agua, mojada, chorreando sabiduría y con la luna de guía. Se me cruzan gatos que me hablan y me indican diferentes vías, diferentes lugares. Vuelvo a estar mojada, da lo mismo si es agua de lluvia o líquido amniótico. Ya no importa nada. Por momentos me gustaría vivir hipnotizada jugando con recuerdos de otras vidas, saludando a esa que era reina y a esa que era india.
Trastabillo entre perros cuando lo único que quiero es orinar. Casi ciega de la cama, del calor, de los relámpagos y las lagañas, camino a tientas sin darle importancia a las montañas. Mis riñones y su producción estallan, más vale que me despierte y consiga volver a esta dimensión, por lo menos antes de que mee el pantalón y todo sea uno más de esos terribles desaciertos. Se me vuelve a escapar el tiempo y subo con otra consciencia las escaleras, apreciando la belleza del trágico clima y agradeciendo no tener que salir de mi cama.
Sueños, proyectos y vidas se funden entre mis sábanas. Ya con la vejiga vacía, pienso en un nuevo mañana sabiendo que la noche y sus estrellas me guían y que estoy siempre acompañada.
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