Por lo general suelen
darme mucho asco, pero entiendo que si no los tuviera ahí, no podría
satisfacerme. Es así como entro en el blanco salón atravesando con ímpetu la
puerta de roble, antigua y arqueada. Mi asistente ya preparó todo para mi
llegada, el incienso reina en la habitación y espesa el aire ahuyentando los
putrefactos olores que emanan esos hombres siniestros. Los mosaicos blancos del
piso están tan limpios que me funcionan de espejo, amo cuando todo está así:
pulcro y oliendo bien.
Entro clavando los
tacones en el piso, haciendo ruido, despertando las ansías de mis expectantes
visitas. Me exhibo por el salón haciéndome la distraída, sin mirarlos, sin
acercarme a ellos, como si no supiera que estoy rodeada de hombres con las
fauces llenas de baba. Ellos levantan las orejas, se relamen chorreando saliva
sobre los platos de comida; me huelen y sienten mi excitación. Por mi parte, yo
ya empecé mi entrada en calor, voy frunciendo la concha como queriendo atrapar
la tanga de cuero entre los labios y que no me la pueda sacar nadie de ahí.
Mis elementos están
ubicados en una mesita ratona al final del corredor y es ahí a dónde me dirijo.
Una vez frente a ella, y después de haberme paseado por todo el salón, doblo la
espalda desde el sacro (no me pongo nunca de cuclillas), y les dejo un primer
plano de mi culo, redondo y parado, asomándose en ese sutil límite que trazan
las botas negras de látex y el vestidito rojo que me ajusta todo el cuerpo.
Hago pendular mis nalgas de un lado hacia el otro y aprovecho el movimiento
para que la tanga se me clave más adentro. Después de unos segundos y segura de
que todos me vieron, me vuelvo a erguir mientras me coloco el silbato alrededor
del cuello y tomo la fusta con mi mano derecha. El silencio reina en la
habitación.
¡Pobrecitos! ¡Qué asco me dan! Me miran
embobados, me siguen con los ojos de un lado a otro del cuarto. Por suerte, ni
siquiera tengo que verles la cara. Mi asistente sabe que no me gusta verles la
cara. Las máscaras me parecen un gran invento. Lo único que necesito de estos
salvajes son sus ojos y sus bocas, no hay nada más que quiera saber de esos
miserables. Sin embargo, sé que no existiría sin ellos. Nada tendría sentido
sin ellos. Camino por el corredor hacia la puerta. Se arma un pequeño
sendero entre las dos hileras de jaulas y yo desfilo por el medio. Hago que la
fusta acaricie los barrotes de cada una de ellas. Algunos de mis animalitos
corren a lamerla, otros se muestran asustados en un rincón y tiemblan como
bebés. En total son unas veinte jaulas de diferentes tamaños y en cada una de
ellas hay un hombre sin rostro totalmente desnudo y con un collar en su cuello.
En la jaula más
pequeña está uno de mis favoritos. Uno de los alfa, a él ya lo tengo amaestrado
y es a quién uso de modelo para domesticar a los otros salvajes. Todos saben
que depende de cómo se porten recibirán más o menos premios. Los reconozco por
el collar. Cada uno tiene su nombre inscrito y según como vayan
ascendiendo en la jerarquía dentro de la jauría les voy dando collares de
colores o los decoro con púas. Las jaulas y las colas también son parte de mi
sistema de premios y castigos. No todos merecen tener cola. Y los que la tienen
son aquellos que se la han ganado con esmero y demostrando fidelidad.
Me dirigía
hacia Rocko, mi macho alfa favorito, para sacarlo un rato a dar una vuelta
cuando el comportamiento de un novato llamó mi atención: sin mi autorización
tenía la pija parada. Encendida, camine hacia él con furia y velocidad agitando
la fusta en el aire y haciéndola sonar ruidosamente contra su jaula. Asustado
se fue para atrás mientras una increíble voz salía de mi pecho con potencia y
violencia.
- ¡Animal! ¡Asqueroso!
¿No ves que ni tu cuerpo podes controlar? ¡Ve un culo y ya se le para esa
pijita deforme! ¿A quién crees que te podes coger con eso?
El patético hombre,
desnudo y enmascarado, trata de esconder su erección con vergüenza, pero yo soy
una entrenadora comprometida con lo que hago y no quiero que estas cosas pasen
y otros perros se contagien. Acá es así, no podes dejar que los errores se
sigan cometiendo sin corregirlos a tiempo.
Corro a buscar la
correa, siempre fusta en mano y con cara de repugnancia. Abro su jaula y lo tomo
con fuerza del collar, le ato la correa y lo saco de la jaula tirando con
fuerza. Una vez que está afuera comienzo a patearlo con furia y a azotarlo con
la larga varilla negra.
- ¡Animal! ¡Bestia!
¿Esa es la manera en que demuestras respeto a tu ama? - Lo escupo y arrastro
sin dejar de golpearlo en ningún momento - ¡Odio a los seres como vos! Te quieres
hacer llamar humano, pero eres un mísero perro, un perro que solo corre por su
instinto, sin con..tro..lar...se.. - Entre la agitación de las patadas se me
cortan las palabras - ¡Mier... daaa! - Y un fustazo que cae sobre el cuerpo del
desgraciado con furia. Adoro ver como su cuerpo se retuerce ante los golpes,
como la punta de la bota penetra en su carne hiriéndolo.
Las lágrimas empiezan
a brotar de la máscara de látex. Esos son los momentos en que una sabe que está
por el camino correcto. Miro el collar para ver el nombre: "Tonto".
Nunca me equivoco cuando pongo un nombre, era obvio.
-Ven Tonto, ven - Tiro
de la correa con fuerza hasta dejarlo agazapado en el medio de la sala y cambio
mi tono de voz a uno suave y dulce. Le sostengo la cara y le acaricio la cabeza
con amor.
- Bueno, Tonto, vas a
tener que aprender que no puedes andar haciendo estas cosas, ¿sí? Ahora vas a
quedarte quietito acá y vamos a ponerte a prueba. No hagas que mami se enoje,
¿Si, Tonto?
En señal de que entendió me lame la mano
despacito, viendo cómo puedo reaccionar.
- Muy bien, Tonto. Aquí te quedas.
Llamo a mi asistente
para que sostenga la correa del patético can mientras voy por mi favorito:
Rocko. Ese es el ejemplo de que con disciplina uno puede transformar hasta al
Cerbero en un ser obediente y fiel. Ya sabe que voy por él, pero ni se inmuta.
Permanece quieto en su jaulita como su ama le enseño. Debe hacer caso y
demostrar que detrás de esa bestia puede haber algo de control. Mientras, el
resto de mis mascotas observan con atención lo que está por acontecer. A los
más nuevos puedo leerles el miedo en los ojos. Quieren tener la posibilidad de
ser entrenados y ansían que los domestique, pero no saben qué reacción puede
caer sobre ellos y la tensión se les hace insoportable.
Abro la pequeña jaula
y muestro al hombre que está ahí dentro la correa más lujosa que tengo.
- Ven, Rocko, ven con
mami – Nuevamente me agacho dejando mis nalgas al descubierto fingiendo no
darme cuenta y acerco mi cara a la del enmascarado perrito.
Una vez que lo
autoricé, me entrega su cuello para que le ponga la correa y me lame las
mejillas mientras mueve la hermosa colita de peluche, que le puse con un butt
plug, de un lado para el otro. ¡Es tan tierno! Me hace sentir orgullosa, mi
trabajo sirve para algo. Le devuelvo la lamida a Rocko metiendo mi lengua con
violencia en su boca hasta que logro enganchar la suya y tiro hacia afuera
mordiéndola con fuerza. Al estar así doblada sobre mi misma y sentir la
lengua de ese hermoso sumiso, me mojo toda y la tanga es un regalo del cielo exprimiendo
mi vulva.
Camino con Rocko, que
me sigue en cuatro patas, hasta el lugar donde deje a Tonto. Lo paseo y pido a
la muchedumbre que comiencen a aullar y a ladrar para darle la bienvenida. Todos obedecen y tengo unos veinte
hombres agarrándose a los barrotes de sus jaulas rindiéndole honor al jefe de
todos. Le pido a mi asistente que me dé la correa. Levanto las cintas y los
hago dar una vuelta para que los demás animalitos puedan verlos, luego me
dirijo con ambos hacia el final del salón. Ahí donde están la mesita ratona y
mi sillón.
- Muy bien chicos, ¡ahora
vamos a divertirnos todos! - digo con gran entusiasmo, esta es la parte que más
me gusta. Mi público canino ladra y yo incentivo su bestialidad, quiero que se
descontrolen y alienten lo que está por pasar. Quiero que deseen con todas sus
ansías lo que está por ocurrir y que su presencia invada de clamores la fría
habitación de marfil.
Acomodo a Tonto frente al sillón, no quiero
que se pierda nada, él es mi víctima, quiero que vea todo con lujo de detalles
hasta que explote.
- Darling - le digo a
mi asistente - ¡Que empiece la fiesta! ¡Time for cake and sodomy!
La dulce niña me trae
un hermoso trozo de pastel. Y mientras recorre el pasillo, los enjaulados
babean como locos queriendo un pedazo. Los dos perritos que tengo ante mí alzan
la cara y empiezan a salivar.
- Rocko, mi amor,
¿quieres pastel? Pues bien, lo tendrás. Pero tú Tontito, si quieres comer,
deberás permanecer quieto, ¿Si? Nada de sobresaltos, corazón, sino mami se va a
enojar.
Agarro al grandote y
fuerte Rocko a la vez que me unto el pastel por la concha
- Vení, corazón, comételo
todo, lindo. - Obediente como pocos, Rocko se abalanza contra mi entrepierna y
me empieza lamer toda llenándose la boca de fluidos y pastel. Me muevo la tanga
de cuero de un lado para otro sosteniéndome el clítoris con fuerza y empiezo a
llenar todo de flujo. Gimo mucho, mucho, ¡me gusta tanto que mi perrito me haga
caso! Lo sostengo con la correa y lo alejo cuando quiero mientras él trata de
controlar su impulso desenfrenado. Pero ya llevamos mucho tiempo trabajando
juntos y él sabe cómo es esto. Lo alejo extasiada cuando logra hacerme acabar.
- Ya está Rockito,
tranquilo... tranquilo corazón. - Bajo mi mano, despacito, por su hermoso torso y
acaricio su miembro erecto mientras miro a Tonto. ¡Es tan divertido! El pobre
idiota no sabe cómo concentrarse para que no se le pare y sabe, también, que
está obligado a mirar. Al ver que su erección se va manifestando me siento
orgullosa de mí. De haber planeado todo, de saber cómo reaccionan las bestias
hormonales como esa.
Me detengo en lo que
estoy haciendo. Rocko ya está que no puede más y no quiero arruinar lo mejor.
- ¿Qué pasó Tontito?
- Digo suavemente - ¿Otra vez no te pudiste controlar? Hay muchas hormonas en
tu cuerpo, vamos a tener que hacer algo al respecto.
Tonto es novato y no
tiene los privilegios de un perro entrenado. Corto parte del pastel que queda,
hago que Tonto se ponga en cuatro patas y comienzo a untar pastel en su culo
mientras le meto un par de dedos adentro. Tiro de la correa de Rocko y le
ordeno que se coma todo el desparramado pastel. Con fiereza, mi bestia favorita,
se come todo el dulce culo de Tonto, metiéndole la lengua adentro, mordiendo
con desesperación, saciando toda su ferocidad en su avanzada.
Cuando el culo del
novato está rojo de mordidas, levanto a mi semental y lo pongo sobre Tonto, le
suelto la correa y me alejo para contemplar la escena.
- Cógetelo - le
ordeno.
Rocko, obediente, le
mete la pija sin dudarlo un segundo al empastelado culo de aquel señor ridículo
y patético, falto de autocontrol y humanidad. Yo aprovecho para descargar toda
mi furia sobre el cuadrúpedo con la fusta, al tiempo que le recuerdo que no
merece que lo cuiden o lo quieran porque es una bestia asquerosa y repugnante. La
lluvia de fustazos hace que el cuerpo se contraiga y sacuda mientras se
balancea de atrás para adelante con las sucesivas penetraciones que lo están
violando. El hermoso sonido de la fusta se mezcla con los gemidos y las
lágrimas de mi mascota. El resto de los hombres no emite sonido. Están todos
absortos en la escena mientras el culo dilatado y mordido de Tontito tiembla acompasando
los movimientos de mi Rocko. Mi musculoso
y masculino macho eyacula aullando y del flácido culo comienza a chorrear una
mezcla exquisita de semen con restos de pastel. Le ordeno que lo limpie con la
lengua y que se coma todo lo que queda. Mis mascotas deben ser, ante todo,
limpias. Obediente como es, lo hace y yo lo felicito con unas palmadas en la
cabeza.
- Muy bien, corazón,
hoy recibirás más premios. - Le alcanzo la correa a Darling y le pido que se lo
lleve a su jaula. Fue mucho trabajo para mi semental. Necesita descansar.
Mientras se lo lleva yo me ocupo de Tonto, tirado en el piso, con la espalda
marcada de los fustazos y el culo hecho pedazos. Lo tomo entre mis brazos y lo
acaricio suavemente.
- ¿Vas viendo cómo es
esto, Tontín? - le digo con amor. Lo acaricio y le beso las heridas. - No
debes ser tan impulsivo, si tú no te controlas, tendré que hacerlo yo. ¿Ok? Es
por eso que estás aquí. Algún día, si te portas bien, serás tan fuerte como mi
fiel Rocko y también podrás lucir una hermosa cola para evitar que estas cosas
te pasen. ¿Sí?
Lo acaricio y
suavemente lo vuelvo a conducir a su jaula. Vuelvo a recorrer el camino desde ahí
hasta mi mesa mirando con severidad a todos los perros que nos rodean, estoy
atenta a sus miembros, a que tanto pueden controlarse y anoto mentalmente en
quiénes veo signos de debilidad. Tomo una jarra de agua de la mesa y vuelvo hacia
el asqueroso Tonto. Coloco agua en uno de sus platos plateados y lo abrigo. Le
susurro en el oído que el entrenamiento del día terminó y lo beso suavemente mientras
lo arropo.
Los otros deberán
esperar su turno porque su ama está cansada. Esto de domesticar bestias
salvajes no es una tarea fácil. Me paro en el medio del salón y hago sonar el
silbato. Todos prestan atención y me miran:
- Ya vieron lo que
ocurre ¡bestias!, si no me obedecen o se descontrolan. - Mi voz se alza
sobre todos con fuerza y autoridad, nadie duda de que soy la que manda –
Recuerden que no son nada, no valen nada. ¡¿Quién es su dueña?!
- ¡Tú eres, Reina! –
Gritan los malditos carentes de personalidad
- ¡¿A quién le deben
respeto?!
-¡A ti, Reina!
- ¡Muy bien, mis
bestias! – Exclamo extasiada – ¿Y cómo me despiden?
Y ahí es donde mi
poder toca el cielo, tomo mi abrigo y mientras salgo todos mis hombres gritan
entre aullidos y ladridos "¡Siempre seremos tuyos! ¡Oh adorada seas!
¡Reina Ama de la Jauría!"
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